lunes, 27 de noviembre de 2006

La máquina de coser


contra el consumo mimético y desenfrenado




LA MÁQUINA DE COSER

Muchos pies esclavos mueven las máquinas de coser. Muchas manos sólo escriben un único verso interminable de hilo y de cansancio, leído de antemano por otros y otros ojos, viejos ojos, agotados ojos de mujeres que acabaron picándose los ojos desde el amanecer. Así veo el destino de tantas mujeres que cosen y cosen para coser y para seguir cosiendo, en máquinas que piden campos de algodón que también a seres humanos esclavizan.
Todas esas prendas que de Oriente vienen dejan tras sí personas encadenadas a máquinas, condenadas a dar vueltas a la máquina de la sinrazón, en cadenas humanas donde es la máquina la que tiene a la persona y no al revés. Se trata de un antiguo problema , la explotación de un ser humano por otro ser humano. En el cuarto curso de mis estudios de Filosofía por la UNED, tuve la oportunidad de leer algunos capítulos de El Capital de Marx. Allí tropecé con una modista que trabaja hasta morir por terminarle los vestidos a señoritingas enloquecidas por el vicio de los trapos. Un día os ofreceré ese texto de Marx, queridos lectores. También recuerdo que mi profesora de francés nos hizo un dictado sobre la explotación de las muchachas bordadoras de Alençon, creo.
Cuando había costureras que no trabajaban en cadena, la cadena eran ellas mismas y encadenadas permanecían como condenados a galeras. La simple necesidad de vestirnos y de arroparnos, principalmente en invierno, puede acarrear desvelos y preocupaciones al género humano, pero esto no es lo grave. Hay momentos en los que el vano afán de la apariencia provoca en nuestras vidas grandes trastornos, como Galdós nos cuenta en La de Bringas. En Salamanca, me disgustaba oír decir: “la tripa no tiene cristales”, para estimar el vestido, que se ve, sobre los alimentos, porque nadie ve lo que hemos comido, solamente “la boca bien lo sabe y el cu cuando lo ca”.Tan repugnante como el hidalgo de Lazarillo de Tormes.
Tener que renovar nuestro vestuario periódicamente, rechazar prendas buenas porque el color no está de moda, dar a los demás aquello que no queremos para nosotros, son actitudes perniciosas que reflejan una decadencia social. Así se produce un hábito del derroche y una especulación incomprensible, que llega a que una prenda se devalúe un 40 o incluso un 50% de un día para otro, sólo porque hay que cambiar la colección. Así ya no sólo son esclavos los que cosen, sino también los que compran, los que venden, los que transportan. Todos trabajando a lo loco con un afán destructivo que nos roba la vida.
Considero del máximo interés la reflexión sobre nuestra manera de vestir y todo lo que conlleva, que son cuestiones relacionadas con la salud, la economía, la estética, las relaciones sociales. Por eso, desde la educación infantil, en la primaria, la secundaria y siempre, este tema del vestido ha de movernos a opinar y a ir aprendiendo o desaprendiendo, que también es importante.
Y aquella máquina de coser que había antes en muchas casas españolas nos va a ir ayudando en esta meditación. Las personas que hemos vivido los últimos cuarenta años del siglo XX y los albores del siglo XXI hemos visto muchos cambios relativos al vestido y a todo lo que lo rodea, sobre ellos vamos a intentar reflexionar. El más significativo de los cambios que se produjeron en este terreno fue la industrialización. Se pasó a comprar la ropa hecha, confeccionada y se abandonaron viejas costumbres como éstas: comprar telas, ir a la modista, probarse el vestido, estrenarlo en fecha señalada. Aunque parezca mentira hasta en cuestiones urbanas se refleja este cambio. Al desaparecer aquellas grandes tiendas de telas, esos locales han sido destinados a otros usos, bancos, cafeterías, electrónicos. Paralelamente fueron desapareciendo las profesiones de sastre y modista, hasta llegar casi a la extinción. Ahora en vez de aprender corte y confección se estudia diseño: ¿diseñas o trabajas? No olvidemos lo popular de aquellas figuras que desde hace siglos aparecen en nuestro folklore: las modistillas del Madrid castizo, y qué decir del sastre del Campillo, que, según cuentan, cosía de balde y ponía el hilo. Con la desaparición de sastres y modistas ha sucedido que en vez de hacer la ropa a la medida del cuerpo, hay que hacer el cuerpo a la medida de la ropa. A la gran influencia que ejerce la publicidad en la gente, se le achaca parte de la culpa de la extensión de enfermedades tan horribles como la anorexia, de la que os comunico que ya se me ha muerto alguna alumna. Muchas personas se ven obligadas a adelgazar para ponerse una determinada prenda que les gusta, pero que no se fabrica para todas las tallas. Con la industrialización se dispara la oferta y hay que activar el consumo para poder seguir dando de comer a las máquinas. Así la cantidad y la variedad sustituyen a la calidad. El comprar ropa industrializada es mucho más fácil que el largo proceso usado anteriormente. Solamente será necesario ver un anuncio, pedir una talla y pagar, pero este acto ha de repetirse hasta la saciedad. Ya no se compra la ropa que se necesita, mejor dicho, lo que se necesita ahora es comprar. Comprar por comprar. Necesitamos comprar para mantener el sistema. Necesitamos comprar para que no nos salgan telarañas en el ropero, como dicen las puestas. Necesitamos comprar para entretenernos. De esta manera nuestra vida puede reducirse a ser un dígito de una diabólica calculadora absurda y banal, que incita a ir enseñando el ombliguito en invierno y a ponerse unas botas de cosaco en verano. Lo de estrenar ropa en fechas señaladas ha pasado a la historia, había dichos referentes a esta costumbre: “ el que no estrena el domingo de ramos, no tiene ni pies ni manos”. Antes había que remudarse los domingos. Ahora como nos remudamos todos los días, el fin de semana es el único tiempo que tenemos para librarnos de la esclavitud de los arreglamientos.
Los tiempos en que la máquina de coser era una codiciada pieza con la que se resolvían las necesidades domésticas en cuestión de costura están muertos y enterrados. Entonces, la máquina de coser también era considerada como un instrumento de trabajo con el que aumentar el presupuesto familiar si se conseguían algunos trabajos extras. Hermanas hubo que se pelearon por la herencia de una máquina de coser, que con el paso de los años han arrinconado vilmente sin saber qué hacer con ella. Otras le han cambiado el mueble para que no parezca una máquina de coser. Hay quien ha aprovechado las patas para hacer una mesa decorativa. No faltan algunas máquinas antiguas, sobre todo las manuales, las que no tenían pedal, que figuran como verdaderas joyas en lugares privilegiados.
La máquina de coser es un aparato muy ingenioso. Según aprendí en una lecturita de esas que vienen en los métodos de inglés, parece ser que el inventor resolvió el problema de unir el hilo de abajo con el hilo de arriba con una idea que le vino en sueños, como si un ángel se la hubiera inspirado. Con la llegada de las máquinas eléctricas aparecieron verdaderos robots capaces de bordar varias labores automáticamente, rematar costuras y hasta coser botones. Aquellas personas que en su casa dispongan de una máquina de coser atesoran un montón de posibilidades con las que disfrutar, aprender, compartir e incluso solucionar problemas de costura que nunca faltan, ¿quién no ha tenido que cortarles las patas a unos pantalones? Pues, la mayoría de las veces, es mucho más cómodo poner la máquina y hacerlo en un momento que tener que esperar a que sea la tienda quien se encargue de tan elemental operación. También hay ocasiones en las que nos gustaría modificar ligeramente una prenda o poner una cremallera, por ejemplo. También sin saber nada, podemos ponernos a hacer unos visillos, unas almohadas, unas fundas, un mandil, un mantel o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Ya sé que ahora no tenemos tiempo para nada, pero el tiempo siempre se tiene para lo que se quiere tener. Yo os digo que la experiencia de ponerse a realizar algo con un trozo de tela y poner en funcionamiento la máquina de coser es gratificante, el ver el fruto de tu trabajo y el haber sido capaz de resolver las diferentes fases del proceso, cálculo, medidas, corte, preparación. La costura es un ejercicio placentero que se ha celebrado en esa frase de “coser y cantar”, que puede ser “coser y pensar”. Pocos son los momentos que nos ofrece el mundo actual para la reflexión, pero qué bien se hilvanan las ideas con la compañía de una vainica o el punto de marca, mucha gente se entretiene con el “petit point”, con el ganchillo o con el punto de media, que nada tiene que ver con aquello de coger los puntos a las medias. No sé cuánto tiempo hará que desaparecieron aquellas máquinas y aquella actividad de coger los puntos a las medias, en el rincón de una mercería, o también en una habitación de una casa de planta baja, las clientas entregaban y recibían por la ventana las prendas de la escasez y la miseria. Yo todavía he conocido las agujas manuales de coger los puntos a las medias, tenían capucha, como la de una pluma y la punta disponía de un ganchito fijo y otro móvil. Pero, volvamos a la máquina de coser y a las costuras. Ahora podemos disfrutar sin aquellas condenas de las que hablábamos al principio. Ahora nos podemos permitir el lujo de inventar, de incorporar la costura a la actividad artística de una manera libre, componer nuestros cuadros, nuestras figuras.
Ya os hablaré en "El autobús" de Fortunata y Jacinta, pues también hay un pasaje en esta maravillosa novela, donde, la supergobernadora y más que ministra, Doña Lupe, siente momentos de plenitud intelectual con su cesto de costura, su sillita y su balcón, ahí os está esperando a que la leáis.
A mí, la máquina de coser me ha acompañado durante toda mi vida. Cuando era pequeña, por fuera, era un mueble simpático, con sus cajones chiquitos de los lados y su cajón central giratorio. Lo que más me gustaba era el pedal, al que sí me podía acercar y jugar para ver si era capaz de darle sin que se me fuera para atrás. Pero la máquina desplegada, con aguja e hilo era otro cantar, ahí no me dejaban manipular para nada. Por eso cuando yo sola me he enfrentado al aparato no me ha resultado tan sencillo como pensaba. ¡Qué diferencia hay del ver al hacer, del dicho al hecho, del pensamiento a la acción, es decir, de las musas al teatro! Igual que con las costuras también me está pasando lo mismo con la escritura que tienes entre las manos, querido lector. Yo quería ser escritora, pero me voy dando cuenta de la magnitud de la empresa y de lo difícil que resulta establecer un plan y llevarlo a cabo. Ahora valoro más el esfuerzo de los escritores y también empiezo a leer de otra manera, y a poner atención en aspectos que antes me pasaban bastante desapercibidos. Ahora busco mucho al autor e intento imaginármelo y hacerme preguntas sobre él. Antes me fijaba en el texto, en todos los elementos del texto y sólo en todos los elementos del texto. Quería deciros que mi experiencia con la máquina de coser, antes de venir a Egipto, había sido superficial. Al venir aquí tuve que hacer frente al traslado de hogar. Mi hogar necesitaba, camilla y brasero, a estos dos pobres también les tendría que aplicar una curiosa meditación raciovitalista. Claro, me traje la cama, que es lo que más me gusta, aunque desde que oí aquel chiste que dice que es uno de los lugares más peligrosos porque es donde más gente se muere, ya soy menos perezosa. El chiste que pone Cervantes en El Quijote, sobre la cama, al que ya he aludido en su lugar, aquel que dice “no la hagas y no la temas” también me hace mucha gracia. Os recuerdo que en el 2005 se cumplió el cuarto centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote y en el 2015 de la segunda. ¡Ya me gustaría a mí ser capaz de meditar como Ortega en las Meditaciones del Quijote! Imaginaos a Ortega con una máquina de coser, una lavadora y un lavaplatos en Egipto. Otras cositas habría usted escrito, Don José. En París, Ortega hablaba sólo y solo con las estatuas, aquí habría sido diferente. En otras circunstancias no sería yo quien le hiciera ascos a Lutecia. Pues, como os decía, tomé la decisión de cargar con la máquina de coser, aquí está, victoriosa, en El Cairo, y aquí, su cuerpo y su alma me han proporcionado la distancia que permite ver y comprender. Por eso ahora os escribo y antes no lo había hecho.
Quien haya venido a El Cairo y no haya visitado la zona del Átaba, se ha perdido la visión de un comercio organizado por gremios, como en nuestras viejas ciudades. Calles de silleros, de cacharreros, de cristaleros. Y lo nunca visto, una calle entera llena de máquinas de coser, viejas, nuevas, de todas clases. Aquí es un mercado vivo. Y luego, calles y calles de telas, telas, telas. Telas para “jaramantos”, telas para ver, telas para tocar, telas para descansar y hasta para morir. Yo ya he comprado en Átaba, ya he regateado, he escabechado y me siento feliz con mi máquina de coser, que me hace compañía y me dice que siga escribiendo.
Si la soledad y el descanso que les ha correspondido disfrutar últimamente a nuestras máquinas de coser, familiares y caseras, no son eternos, lo que sí es eterno es el deseo humano de crearnos imágenes por medio de los trapos. Muchas veces he oído aquello de “viste un palito y verás qué bonito”, “dame vestido y te daré bellido”, “según te ven te tratan”. Algunos rasgos de nuestra personalidad pueden revelarse mediante el vestido. Y hasta el poder se ha valido de este medio, como vemos con los militares y los curas. Bien es verdad que en las sociedades democráticas también se democratiza la manera de vestir y signos de distinción como el sombrero o la corbata van cayendo en desuso. No por eso estamos a salvo del acechante engaño y caemos en las trampas de las marcas, la imitación de las que salen en las revistas del corazón, el lujo de las tiendas. Una de mis amigas que trabajó muchos años en una fábrica de ropa me decía que la misma prenda, hecha con la misma tela, por los mismos especialistas, salía marcada con precios diferentes dependiendo de la categoría de la tienda donde se fuera a vender. También Antonio Machado nos decía que todo necio confunde valor y precio. Ya se sabe que “la moda la inventan los listos para que la sigan los tontos”, eso era lo que les enseñaba el tío de mi suegro, que era maestro, a sus alumnos en los años de la posguerra, él no podía imaginar, en una España rural, que la moda constituiría una industria de la que viven muchas familias y a la que los gobiernos apoyan como si fuera el pan nuestro de cada día.
En la moda se expresa el arte y la moda nos hace disrfrutar, vivir buenos momentos. Somos nosotros los que tenemos que dictar la moda, sentirnos protagonistas de nuestra manera de aparecer ante los demás. Una prenda nos puede ofrecer momentos de verdadera alegría, puede darnos la oportunidad de renovarnos, de sentirnos mejor, de cambiar y también de resultar atractivos a todos los que nos rodean. Si somos personas sensibles no nos pasará desapercibido un buen corte, ni unas telas que tengan las cualidades de las buenas amigas, aunque su apariencia sea variada y hasta sorprendente. Por supuesto, apreciaremos como se merece una confección esmerada, bien rematada, lo bien hecho, lo mejor acabado, lo perfecto, hasta lo pluscuamperfecto puede salir de las manos de una buena modista. Por eso os digo que nunca desprestigiéis lo hecho a mano, por el hecho de serlo, que nuestras manos son lo más humano que tenemos, sin ellas nuestro pensamiento sería ignorante. Las filosofías libertarias pretenden aniquilar la división cabeza, manos para clasificar a los trabajadores.
La presencia de la máquina de coser, aquí en Egipto, me hace sentir como en mi propia casa, como si no estuviera a miles de kilómetros, ella me proporciona cantidad de tareas creativas que me ayudan a vivir mejor. Ahora que ya se me han muerto mis abuelas, recuerdo sus manos, siento sus palabras y mi vida está entretejida con todo cuanto ellas me enseñaron. Una amaba los animalitos y disfrutaba con las flores y los cultivos del huerto, decía que le pesaba más la aguja que la zacha porque no sabía coser. La otra se vino de Cuba con una máquina de coser, comprada de segunda mano, desarmada, en un baúl. Cuando llegó a su destino la máquina fue vuelta a armar por mi tía Andrea, que casi 100 años ha vivido. Esa máquina sigue allí, viviendo, sobreviviendo.

sábado, 25 de noviembre de 2006

pañuelos, pañuelos







una reflexión sobre el uso de esta prenda femenina a lo largo del tiempo

PAÑUELOS, PAÑUELOS

Muchos son los atuendos que hombres y mujeres hemos utilizado para presentarnos ante los demás. El pañuelo es un cuadrado de tela más o menos grande, más o menos lujoso, que en unos grandes almacenes como El Corte Inglés se halla bajo la denominación de complementos, de complementos circunstanciales, diría yo, que pueden aparecer o no aparecer, no son algo esencial ni imprescindible. Más bien se compran como regalo o se usan para hacer juego con un traje, generalmente en la temporada de otoño invierno. Hay pañuelos de seda, de diseño italiano, pañuelos de lana dulcísima, de esmerada factura, pañuelos pintados, estampados, de gasa, de lunares...
Otras épocas ha habido en las que el pañuelo era más bien un complemento directo. Si veis fotos de los años 50 y 60 del pasado siglo XX podréis comprobar que muchas españolas llevaban pañuelo a la cabeza. Sobre todo en los pueblos, recordemos que España era un país rural, la vida se desarrollaba mucho fuera de casa, había que ir a por agua, había que ir a echar a las gallinas, cebar el cerdo, tareas así que casi siempre eran realizadas por mujeres. El invierno es duro en la mayor parte de nuestro país y las mujeres, para defenderse del frío, del dolor de oídos o de garganta, se abrigaban con el pañuelo. Las casas tampoco eran como las que tenemos ahora, se guisaba en el suelo, a la lumbre y eso exigía que la puerta de la calle estuviera abierta para que la chimenea cogiera tiro, se decía que las casas eran como un cuchillo. Yo recuerdo que mis abuelas siempre llevaban pañuelo en invierno, no así en verano, y con el paso de los años ni en invierno ni en verano, porque las condiciones de vida fueron cambiando y llegó la calefacción y se dejó de hacer la matanza; y los huevos, la leche y el queso los compramos en el supermercado. Jamás volveremos a probar aquel queso que hacía el tío Gerardo, nadie sabe hacerlo como él.
Con pañuelo recuerdo a las emigrantes que venían de Frankfurt, Zurich, París en trenes abarrotados para cruzar la frontera portuguesa por Fregeneda o Fuentes de Oñoro. Yo he visto muchos de estos trenes, muchísimos, a veces sin calefacción,con retrasos inhumanos, con una guardia civil imponente en el departamento más caliente, claro. En esos trenes también llevaban pañuelo atado al hombro, con sus pertenencias, los maletillas que viajaban sin billete por el campo charro y se escondían en el maletero de encima de la puerta, cuánta miseria había entonces. Este año 2002 ha ocurrido un accidente ferroviario brutal en Egipto, en el que han muerto muchas mujeres con pañuelo, como aquellas portuguesas que murieron en Villar de los álamos en unas vísperas de navidad, bastantes años antes de 1975.
Todavía en 1975, para ir a aquel instituto extra pontem si no me llevaba el gorro que me hizo mi tía Julia me ponía un pañuelo con margaritas. El pañuelo en la cabeza de las mujeres no es algo ajeno a nuestra cultura. El pañuelo convivía familiarmente con nosotras. Mi bisabuela contaba una historia a su nieta, protagonizada por tan elevada prenda:
“ Había un matrimonio que discutía porque el marido gastaba en tabaco el dinero que a ella le quedaba haciendo falta para comprarse un pañuelo.
- Tú fuma que te fuma y yo con este pañuelo todo raído y viejo, sin poder comprarme uno nuevo.
- Bueno, mujer, no te preocupes. Este mes voy a dejar de fumar para que te compres el pañuelo.
Como era invierno, la mujer, tan contenta con su pañuelo nuevo, llega a casa y se va derecha a la cocina para enseñárselo a su marido, que estaba sentado a la lumbre. Con la emoción, en el momento de desdoblarlo, se le cayó al fuego y el pañuelo se convirtió en cenizas en menos que canta un gallo.
- Ves, mujer, ese dinero era para quemarse, y como no ha sido gastado en tabaco, el sabio pañuelo ha seguido su destino.
Y a la pobre mujer no le quedó más remedio que seguir con su raído y viejo pañuelo hasta no se sabe cuándo”
Otra prenda diferente del pañuelo era el velo de ir los domingos a misa y que las niñas poníamos cuando tomábamos la comunión, a mí me compraron uno violeta muy bonito. Las señoras importantes no os podéis imaginar lo que presumían con su velo y su misal. Ellas me traen la imagen de los velones de los muertos, que por cierto yo tengo dos, y del luto riguroso del que algún día tendré que hablar. Todas aquellas costumbres creo que se fueron perdiendo tras el Concilio Vaticano II, y por efecto de nuestras emigrantes, que venían de Europa más modernas. Por cierto, también había unos reclinatorios muy artesanales, que se fueron abandonando. Ahora las mujeres, en sus asociaciones, organizan cursillos de restauración y los dejan preciosos.
La forma de vestir suele estar en consonancia con el tipo de política que se adopta en cada lugar. En las dictaduras esto se siente de manera intensa. En esa época del franquismo me han dicho que un cura sacó de la iglesia a una señora por llevar mangas por el codo. Yo misma vi ponerle a un señor una multa porque su camisa no llevaba bolsillo, de verdad, fue en Salamanca, enfrente del hospital de la Santísima Trinidad, que sólo era para los militares y todavía no había residencia de la Seguridad Social. Hasta la forma de hablar va cambiando. Se dice que en España con la guerra civil de 1936 se perdió la costumbre de llevar sombrero los hombres, y que fue el momento en el que se generalizó el tuteo y perdió vigencia el tratamiento de cortesía “usted”. A pesar de todo pervive el usted, mi marido y yo utilizamos bastante el “usted” porque procedemos de zonas más bien atrasadas y conservadoras como lo son Ávila y Salamanca. La gente nos dice que le hablemos de tú, pero cuando se trata de personas mayores o desconocidas nos cuesta trabajo. Yo no me puedo imaginar hablándole de tú a la directora del instituto “Torres Villarroel” cuando lo estrenamos en 1973. Pues esto de las dictaduras es lo que ha pasado en Irán, que van las mujeres como cocos porque son obligadas, como en Arabia Saudita, donde ni siquiera nos dejan entrar de turistas, allí las mujeres no pueden conducir ni salir solas a la calle, vaya unas manías. Aquí, en Egipto, hay más libertad, pero como ellas son en apariencia profundamente religiosas pues se ponen el pañuelo que sus abuelas no llevaban, cuando Nasser. También es verdad que en épocas de crisis económica como ésta el pañuelo todo lo tapa y evita gastos de peluquería a un pueblo tremendamente detallista.¡Ay! estos pañuelos de fibra artificial, venidos de China, que harían morir de espanto a Hygieia, diosa de la salud y de la higiene, sobre todo este verano de 2002, uno de los más calurosos que se recuerdan, a ella tan frescachona como nos la representó Gustav Klimt hace unos cien años. Por cierto, Klimt y su amiga Emilie Flöge se gastaban unos batularios tipo islámico de lo más rompedor, yo los vi en las fotos de un libro de Gilles Néret. Aquí, las mujeres se clavan el pañuelo con alfileres, como piojos metálicos, de los que se puede y no se puede decir aquello que nos enseña mi tocayo Agustín García Calvo de Heráclito, sobre el acertijo con el que los niños derrotaron a Homero, ´los que vimos y cogimos esos no los traemos, pero los que no vimos ni cogimos esos sí los traemos`. Merece la pena, lectoras y lectores, que os detengáis en esta traducción y en este comentario que, con tanta sal ática, García Calvo presenta del texto de Heráclito, cuyo nombre escribe sin acento, en su obra Razón común.[1]
Estos atavismos testarudos de las apariencias capaces de velar nuestras ideas son como unos zapatos de tacón que nos cortan las alas y nos encadenan a juanetes indeseables. Nuestro cuerpo necesita libertad para podernos “olvidar” de él y dedicarnos a nuestras actividades, si te aprieta el zapato y te ahoga la corbata ¿cómo te vas a concentrar en el libro? La indumentaria oriental es ventilona y cuasi unisex, porque hombres y mujeres se plantan la galabeia y ¡hala! ya está todo resuelto, por eso yo tengo dos, quita y pon, y he de reconocer que el cuerpo anda a su lindo albedrío. Cuando iban a venir mis amigas yo pensaba, no me pondré la galabeia porque se van a reír, pero después pensé, si estoy en mi casa por qué no voy a poder ponerme la galabeia, si se ríen pues que se rían, pueden reírse lo que quieran. Resultó que les encantó y todas se querían comprar una, pero yo ya les dije que se compraran dos. Hay que decir que también los hombres en esta cultura llevan la cabeza cubierta y esto les protege del polvo del desierto y de los agentes externos, que son muchos. No podemos negar que son muchas más las mujeres que llevan el cabello escondido. Ellos se modernizan más, las mujeres son más conservadoras, como nuestras monjas que siguen bien tocadas, mientras que casi todos ellos colgaron la sotana. Mi amiga Susana quiere estudiar El Corán para realizar su propia lectura de las cuestiones femeninas, según me cuenta hay escritoras que desde El Islam escriben e interpretan el mundo, ellas tendrán que irlo cambiando porque son muy inteligentes. Me ha recomendado que me lea El harén en occidente de Fatema Mernissi, pero todavía no he tenido la oportunidad, espero tenerla pronto y ya hablaremos.

[1] Traducción:
ENGAÑADOS ESTÁN LOS HOMBRES TOCANTE AL CONOCIMIENTO DE LAS COSAS APARENTES Y REALES POR MANERA MUY SEMEJANTE A LA DE HOMERO, EL QUE VINO A SER MÁS SABIO QUE LOS HELENOS TODOS: PUES TAMBIÉN A ÉL UNOS NIÑOS QUE ANDABAN MATANDO PIOJOS LE ENGAÑARON AL DECIRLE “TODOS LOS QUE VIMOS Y COGIMOS, ESOS LOS VAMOS DEJANDO, Y TODOS LOS QUE NO VIMOS NI COGIMOS ESOS LOS TRAEMOS”.
Comentario:
“Por lo que hace al cuento de los niños con Homero, es cierto que se hizo muy popular, y lo encontramos una y otra vez en las varias Vidas de Homero que se compusieron en la época helenística y más tarde, aunque en ellas la adivinanza de los niños aparece ya dicha en forma de un hexámetro y la historia se ha retorcido de modo que los niños, para mayor confusión, sean pescadores encontrados al pie del mar (así en la Vita atribuida a Heródoto y que suele fecharse en el siglo II post, y en otras), y se la ha dotado a veces (no en esa Vita) de la cola de que, al no poder resolver el acertijo (que en griego tiene los Relativos “todos los que” en neutro plural, sin indicio de que pueda tratarse de ´piojos` ni de ´peces`, con lo que resulta más vago el enunciado, pero acaso menos engañoso), Homero se muere en consecuencia, sea por el desánimo que le entra (así en la Vita atribuida a Plutarco), sea porque había un oráculo (así en Alcidamante De Homero) que le advertía que tal suceso era anuncio inmediato de su fin, y así al separarse de los niños, resbala y se mata. Pero con todo, la forma en que Heraclito usa el cuento, sin esas complicaciones posteriores, muestra bien que lo toma de una tradición todavía no literaria; y no es tan sorprendente que ya en su época (y más en Éfeso y en las costas asianas por donde más se pensaba que hubiera andado Homero) se hubieran desarrollado cuentos en torno a la figura del poeta; de los que este de Heraclito sería con mucho el testimonio más antiguo.
Ahora bien, ¿qué es lo que los niños dicen y no acierta a descubrir Homero, más listo y sabio (sophós) que ninguno de los hombres de su mundo y lengua (que es, para su mundo, el mundo, y para su lengua, la lengua)? Dicen ellos que las cosas que han visto y atrapado son las que van perdiendo, y que en cambio las que no han visto ni han podido captar por tanto son las que llevan consigo; y dice, por Heraclito, la razón que eso se parece mucho a la manera en que los hombres en general están engañados en lo tocante al conocimiento o reconocimiento de las evidencias que las cosas les ofrecen. No es más enigmática de lo preciso esa interpretación que la razón hace de la adivinanza de los niños, por un lado, el ver las cosas y tenerlas vistas, que implica concebirlas, hacerse una idea de ellas, hace perder el sentido de la verdadera lógica de las cosas (el creer tener cada uno su idea y su idíe phrónesis es lo que hace irracionales a los hombres en general: en tanto que el quedarse sin esa visión y esa ideación personal de las cosas les permite a los hombres llevar razón, obedecer a razón, tener sentido común y así entrar ellos mismos en el proceso lógico de las cosas todas, que la razón rige; por el lado contrario, cogerse a uno mismo sabiendo, darse cuenta de que las cosas que sabe sencillamente las sabe y las que nombra las nombra es lo que nos libra de la carga de los saberes y las ideas que nos sacan de razón, mientras que en cambio el no darse cuenta de ello, el no entender que el saber es un saber y las cosas son ideas es lo que hace que sigamos llevando con nosotros y cargando con las ideas o piojos de nuestra miseria, la propia y la general.
Y no se me llame a falta porque ofrezca aquí dos interpretaciones de la interpretación que Heraclito sugiere y dos soluciones contradictorias de la adivinanza de los niños: por mi parte, me habría quedado más bien compungido si no hubiera encontrado más que una solución unilateral y no contradictoria, una vez entendido que la ley de lógos mismo es la contradicción.
Habría, en fin, que hacer notar que no es indiferente tampoco que sean unos niños los que proponen la adivinanza, en el sentido que ya P. Friedländer interpretaba que “los niños conciben mejor que Homero la estructura antitética de lógos”; pues ello es que el tener menos carga de ideas y por ende estar m e n o s f o r m a d o como hombre es la condición que permite funcionar más lógicamente a los niños y descubrir más fácilmente la lógica de las cosas.
GARCÍA CALVO, Agustín Razón común, edición crítica, ordenación, traducción y comentario de los restos del libro de Heraclito, Madrid, Lucina, 1985, págs. 54,55,56.

Cómase un cagao


Artículo motivado por esta expresión que unos alumnos le dijeron a su profesora




CÓMASE UN CAGAO

El poder de las palabras es tal, que al oírlas, nuestras reacciones pueden llegar a ser físicas, de la misma manera que si hubiéramos tomado un veneno o un calmante. Así, en el lenguaje popular oímos: “se puso como un tomate”, “es que me pone del hígado”, efectos, todos ellos, producidos muchas veces al escuchar ciertas expresiones. Recordemos aquello de: [1]“las palabras pueden acabar con todo, incluso con el amor”. O aquello otro de [2] “tal vez ni él ni yo éramos otra cosa que un montón de palabras.” Y, ¿por qué habríamos de olvidar: “tal palabra me dices, tal corazón me pones.”
La presencia de las palabras en nuestras vidas comienza antes de nuestro nacimiento, las palabras nos vienen de lejos, nos las han traído los mitos y la poesía. Como aquella de Rafael Alberti, que dice más o menos:
Cuando la luz no conocía todavía
si el mar nacería niño o niña
A nuestros padres y padrinos se les presentaba la gran cuestión de asignarnos un nombre. Es el problema de la identidad uno de los de más honda raíz filosófica. Si alguien nos pregunta quiénes somos, contestamos con nuestro nombre y nuestros apellidos. Si nos preguntaran qué somos, también tendríamos que responder con palabras: somos mujeres, somos españolas, somos profesoras, somos personas.
En todas las lenguas hay expresiones tabú relacionadas con el sexo, la religión, la muerte. Todos podemos comprobar las consecuencias de emplear términos como: ¡puta! ¡cabrón! ¡me cago en Dios! Todos ellos cargados sociológicamente. En muchas ocasiones deslexicalizados. Expresiones como “¡qué cabrón!” Pueden convertirse en un cumplido. No ocurre de esa manera con “¡puta!” O “¡hijo de la gran puta!” Si cambiamos de género estos términos observamos que “cabrona” sí ha heredado ciertas connotaciones del masculino; en cambio “puto” no ha gozado de gran difusión. De manera patente se nos revela lo masculino como transmisor de valor mientras que lo femenino no.
«¡Cómase un cagao!» es una expresión muy fuerte, es un golpe emocional, os lo aseguro, sobre todo cuando la oyes por primera vez, y más si te la dicen tus queridos alumnos entre risas y alborotos, en el aula, a la hora de tutoría, que puede ser un viernes de dos a tres de la tarde, un mes de abril, en Madrid, pongo por caso. Lo primero que se te ocurre pensar es: “¡pero estos cabrones!” El desenlace puede adoptar formas múltiples, dependiendo de la personalidad de la mártir. Quizá la fina ironía, incluso el buen humor, no serían las peores maneras, pero ¡a ver como te las arreglas con la comunidad escolar! Y encima más te valiera callarte la boca, si no quieres oír: “pero, tú, ¿les consientes esas cosas?” Claro, yo no sé con qué talante las personas que dicen eso toleran, admiten o prohíben que su madre se muera de cáncer, que su hijo sea maricón o que su pareja les salga rana.
«¡Cómase un cagao!» llama mucho la atención. ¿A que es uno de los primeros ensayos que has querido leer de este libro? Y en este sentido está claro que cuando lo oyes sientes una motivación especial, motivación que no se agota en el salir del paso de la superimportante hora de tutoría, sino que te lleva meses y meses hasta que lo “vas cagando”, permítaseme la expresión.
«¡Cómase un cagao!» te remueve hasta la conciencia, empiezas a darle vueltas a la cabeza y recuerdas la palabra coprofagia, leída en no sé qué libro como un extraño trastorno, después recuerdas algo oído sobre Nietzsche, genial filósofo, osado como nadie, relacionado con este tema. Sin embargo, yo creo que mis alumnos ni son Nietzsches, ni están locos, ni padecen extraños trastornos, son normales y corrientes como muchos chicos y chicas de la ESO. Entonces ¿qué pasa? ¿qué está pasando? Se trata de situaciones nuevas que exigen nuevos comportamientos y nuevos conocimientos que no hemos leído en ningún libro sino que nos los tenemos que ir inventando. Tenemos que ir construyendo nuestro modelo de escuela, de educación, de sociedad.
Os cuento estas cosas a los que nunca habéis sido profesores de instituto para que comprendáis lo duro que es educar a chicos y chicas de 15 años. Y os lo cuento a los que sois profesores y profesoras para que tomemos distancia, y así poder analizar mejor la situación con el fin de pensar e inventar nuevas maneras.
Volviendo al [3]título de este ensayo, os diré que en cuanto tuve ocasión le conté a mi madre lo que me había pasado, mantuvimos esta conversación:
- Pero, ¡qué sinvergüenzas! hija.
- ¡Fíjate!
- Y yo que estaba tan contenta porque eras profesora del instituto.
- Pues ya ves lo que tenemos.
Mi abuela, que estaba presente, intervino:
- Tú, hija, enséñales bien.
- Sí, abuela, usted habla bien, pero no es como usted se cree.
Mi madre me dijo que ella había oído por la radio algún programa sobre la coprofagia y que si yo no había leído los anuncios de los periódicos, donde ofrecen prácticas de ese cariz. También, echándose a reír, me dijo que como no tengo televisión, seguramente no habría visto Sodoma y Gomorra de Pasolini. En efecto, mi cultura mediática parece que deja algo que desear. La verdad es que yo no pensaba que era algo que estaba tanto en el ambiente. Después les conté que en ese grupo de alumnos, uno había dicho, cierto día: “tengo ganas de mear a alguien”, y yo estaba convencida de que era capaz de hacerlo. Mi madre volvió a reír y recordó que hacía muchísimos años, un día, se presentó su tío en casa y les confesó que su hija menor se había pegado con un niño en la escuela, que lo redujo y después le meó encima. Bueno, al final, resulta que casi todo es tan antiguo como el mundo y tenemos que investigar por todas partes para comprender e ir tratando de encontrar soluciones.
El susodicho imperativo de cortesía que ”me” profirieron mis alumnos fue un acto locutivo del tipo “beba coca-cola” aunque más cercano a aquella ingeniosidad de El Jarama: “coca-coña”. La mayoría de los niños y jóvenes, en algunas épocas de su vida, presentan cierta tendencia a decir obscenidades, aunque no lleguen a un alto grado de coprolalia.
El análisis de la expresioncita ha de hacernos reconocer aquello que de positivo ha resultado. Es innegable que mis inquietudes de escritora han sido impulsadas por aquellos salvajitos. Ellos me escribieron el ensayo y a ellos he de agradecérselo. Ellos me han dado motivo de reflexión y he podido comprender aquello de que los profesores lo son antes por saber aprender que por saber enseñar.
En el proceso de enseñanza aprendizaje, el hecho de que los alumnos son de carne y hueso, con lengüita y todo, es algo que se nos sobreimpone hasta el punto de poder decir que el destinatario es el mensaje. Si volvemos a las ideas de mi abuela, ella pensaría que una profesora era una señorita muy requetefina, que explicaba muy bien la lección y que sus discípulos estaban encantados. Pues no, una profesora es una señora, que además de pegarse buenos madrugones y cargar constantemente con cinco kilos de libros y papeles, ha de hacer frente a un sinfín de situaciones nuevas todos los días, ha de comunicarse con madres madres, con madres ciegas, con madres coraje y hasta con madres madrastras, con padres implicados en el porvenir de sus hijos; con compañeros camaradas que no paran de inventar agotadoras actividades, con compañeras superlistas que saben todo para no hacer nada, con carotas de turno que se creen que todo el monte es orégano, con almas cansadas de vivir y patalear, con personas que no saben cómo hacer y con otras que saben demasiado. También con la pescadera, con la fotocopiadora, con el ordenador y hasta con los pucheros. La profesora ha de vérselas con el nuevo Real Decreto, con todos los papeleos, con la lavadora y el curso del ministerio, con la lectura, el teléfono y ¡ay! mañana clase de lengua en tercero.
Hay algunos momentos en los que nos acecha este pensamiento: ¡qué bien daríamos nuestras clases sin alumnos, sin alumnos lengüilargos y pendencieros! Como cuando queríamos ser profesoras y en la cocina enseñábamos, a solas, el sistema pronominal y el dativo ético. Pero la ESO no es una misa, ni un rosario de sonetos, es un intentar cada día la mejor manera de acercarse al saber y vivir en una escuela democrática y feliz, en un lugar al que se va a aprender cosas nuevas todos los días. ¡Cómo se nos impone este destinatario del proceso de enseñanza aprendizaje a los profesores del siglo XXI! Muchas veces me acuerdo de esos opositores que solicitan amablemente a sus compañeros que no entren en el aula cuando les toca examinarse porque se ponen muy nerviosos, deseo que casi siempre se ve cumplido por la buena disposición de todos los presentes, quienes, en no pocas ocasiones, entran en cotilleos y dicen: “¡pues cuando tenga que dar clase también les dirá a sus alumnos que se salgan de clase porque se pone muy nervioso!”
Es de agradecer su fresco lenguaje a aquellos deslenguados, porque dónde iba yo a encontrar lengua más viva y trompetera que en el aula, si lo que a ellos les oía no lo había leído en ningún libro y además ello me proporciona materiales de análisis.
Pero, claro, esto no es toreo de salón, hay que estar en el ruedo, que desde la barrera casi no se oye y además como decía mi profesor, el toro siempre tiene cinco años y el torero cada vez más viejo. Por eso os digo que seáis conscientes del gran desgaste físico que supone el trabajo de profesora. Hay que poner mucha energía física y mental en el empeño. Los alumnos te exprimen y te agotan como a una naranja, todos los días quieren ver las fallas de Valencia y ellos se encargan de petardear y traer la lengua viva de la calle para que te aproveche. En más de una sesión de evaluación, a las que acuden los responsables de grupo, les he pedido que transmitan a sus compañeros la idea de que un profesor o una profesora son bienes públicos muy valiosos que tienen que conservar de manera responsable para que los alumnos futuros los encuentren en buena disposición y no sean unos profesores quemados y agotados.
No ha sido poco importante en mi vida la patada que mis alumnos me brindaron con las tres palabritas susodichas. Ese empujón me impulsó a valorar mis fuerzas y a ver el futuro de manera diferente. Así vislumbré que el mundo no se acababa en Carabanchel, donde yo había estado durante años dando vueltas a una noria y muriéndome de sed al lado de la fuente. Así empecé a pensar de otra manera y vine a parar a Egipto, desde donde he escrito algunos de estos ensayos con la esperanza de que no sean los últimos. Ya sé que tendré que volver a vosotros, mis queridos alumnos, que sois los que me enseñáis la lengua que quema y no se consume.
Y ¿qué efecto no produciría cuc en mis jefes y superiores? Sin duda esta es la máxima lección que me brindaron aquellos deslenguados, a ellos les debo el haberme proporcionado recurso tan impresionístico, ahí guardadito para cuando llegara la ocasión. ¿Qué efectos tendría yo ocasión de observar en jefas y jefes si se me ocurriera largarles el cuc? Creo que mi cobardía me impedirá tirarle de la cola al león a ver qué pasa. En cualquier caso, el poseer tesoros da la ilusión de tranquilidad porque sabes que en cualquier momento puedes tirar de ellos o al menos sacarlos a relucir.
Queridos lectores, como veis la lengua nos acecha, y es mejor no dejarla escapar por si acaso no vuelve.
Desde aquí, desde estas palabras, invito a todos los estudiantes del mundo a que hablen a sus profesoras con la sinceridad y el ingenio que puedan provocar ricas y sustanciosas obras en el campo de la lengua y en todos los demás. ¡Cómo me hubiera gustado aprender de mis alumnos nuevas tendencias musicales, cinematográficas, artísticas! ¡Qué pena, que no fuera yo capaz de provocar en ellos expresiones de más elevado alcance! Pero, yo sé que en cualquier momento me sorprenderán, y me los encontraré en puestos de trabajo que ellos estarán desempeñando como ciudadanos ejemplares: en la radio, en los talleres, en las universidades, en el autobús, en los bomberos...Y también sé que ellos, en algún momento o en otro, recordarán nuestros debates sobre “la fuerza de la razón y la razón de la fuerza”; sobre “el sueño de la razón produce monstruos” y sobre el “sapere aude” y sobre “la muerte de la naturaleza”, como yo lo estoy recordando ahora.

[1]Esta cita recuerdo haberla leído en HIERRO,S.; Y PESCADOR, J. Principios de filosofía del lenguaje. Madrid, Alianza, 1982-1983. Os diré el autor en otro momento.
[2] RIERA, Carme Cuestión de amor propio, Barcelona , Tusquets, 1988, p.49. Copio esta cita de la presentación que José Antonio Pascual escribe para la obra de HAENSCH, Günther Los diccionarios del español en los umbrales del siglo XXI, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, p.11.
[3] A partir de ahora me referiré a él como cuc.

Yo no tengo televisión


Sin menospreciar a uno de los mejores mass media, la autora se muestra crítica con el abuso de la televisión





YO NO TENGO TELEVISIÓN

La televisión ocupa, en nuestro país, parte del treinta por ciento de los años de vida de la gente que ha llegado a los noventa. A medida que la edad de las personas disminuye ese porcentaje aumenta hasta tal punto que los españoles que tienen veintiséis o algunos añitos más han nacido en el seno de una familia con televisión.
Yo tengo treinta y nueve años y me acuerdo de cuando compramos la tele y de la ilusión que nos hizo. Acontecimiento semejante fue vivido prácticamente en todos los hogares españoles y ha sido plasmado en la literatura[1], ya forma parte de nuestra tradición folclórica.
Actualmente la televisión padece de apendicitis, sus posibilidades han crecido, pues el vídeo facilita que cualquier sobrina meriende con El Rey León, que Juanjito haya visto treinta veces La Sirenita y que en el I.E.S. pudiéramos proyectar simultáneamente, en varias aulas, La lista de Schindler, para cientos de alumnos, con los que tratamos el tema transversal de “Educación para la Paz”. La televisión y el vídeo ponen al alcance de cada vecino aquella posibilidad de la cólera del español sentado[2], deseoso de ver en una representación teatral desde el Génesis hasta el Apocalipsis, con la ventaja de no tener que salir de casa, ni siquiera levantarse de su sillón, que para eso está el mando a distancia. El vídeo permite marcar un poco el horario, parar, repetir, saltar. La televisión, por su parte, impone un ritmo frenético, no para, no te deja ni pestañear. La televisión padece el “horror vacui”, si no la apagas, sigue y sigue, mezclando berzas con capachos, como sospechaba Sancho Panza de aquel moro autor del Quijote, según Cervantes[3]. La televisión obliga a ver y oír aunque no mires ni escuches. Todo ello en un piso de unos sesenta metros cuadrados, donde difícilmente se puede librar de ella algún miembro que desee realizar otra actividad: tocar la siringa, recitar poemas, leer a Lucrecio o mirar a las musarañas, pongo por caso. Cuando ocurre que el aparato se avería, se altera la vida de la familia, porque una casa puede estar sin lavavajillas, pero no puede estar sin televisión. Entonces se recurre al técnico como si fuera el Cristo de los milagros y éste se solidariza y llega a trabajar un sábado por la tarde. Bueno, también me parece que existe servicio de urgencias, según rezan esas pegatinitas que me invaden el buzón. ¿Por qué nos tragamos pacientemente listas de espera de medio año para que nos operen en la seguridad social, y sin embargo, somos capaces de arreglar nuestra tele en cuestión de horas? El tiempo que tarda en arreglarse el aparato es menos propicio aún para el desarrollo de otras actividades, crea un vacío que provoca un vagar insoportable de los miembros de la casa.
La tele necesita su espacio como nosotros necesitamos el nuestro. La maltratamos al colocarla en un lugar donde está condenada a funcionar sin que nadie le haga caso gran parte del tiempo que permanece encendida. Si la tele tuviera su cuartito, no quemaría su juventud inútilmente, podría durar cuarenta años y así llegar a la categoría de antigüedad, alcanzar la dignidad que le corresponde como uno de los mejores inventos que la humanidad ha conseguido. ¿Acaso no has visto, amable lector@ , esos candiles, gramófonos y radios antiguas que adornan elegantes salones? Y sin embargo ¿a quién se le oculta esa chirriante imagen de no uno, sino varios televisores y televisioncitas, todos ellos de menos de veinte años, revueltos y abandonados en las casas de pueblo, a las que sólo van los mamones de turno, en verano, a comerse los torreznos en aceite y a reírse de las televisiones de su suegra? Vamos, que no hay conciencia. Si la tele estuviera en su cuartito, no estaría tan sometida al abuso. Cada uno tendría que entrar a solicitar su servicio cuando fuera menester, el acto de ver la televisión sería más voluntario que meramente mecánico. En cambio, actualmente podría decirse que vivimos como una situación cuasi incestuosa con la televisión, que resulta estomagante.
A menudo oigo hablar muy mal de la televisión, incluso me han dado pretenciosa propaganda impresa, a la puerta de San Isidro, en la calle Toledo de Madrid, calle tan viva en Galdós, donde en clave fundamentalista se atacaba al medio. Nuestra sociedad ha aprendido mucho de las películas de los usacas. Me sorprende el cambio de actitud que hemos tomado en muchas de nuestras costumbres. Ante un hecho tan en carne viva como los divorcios, que casi siempre enredan una tragicomedia, vamos siendo capaces de observarlos con más tranquilidad y distanciamiento. Recordemos el esfuerzo didáctico que le costó al ministro Fernández Ordóñez el plantear una ley de divorcio entre católicos y apostólicos.
Yo no tengo televisión porque no tenía un cuartito para ella y cuando me di cuenta había aprendido a vivir de otra manera, porque yo estudio filosofía.
Me gusta el derecho de antena para los sindicatos, que tengan su espacio televisivo para explicar y debatir lo que verdaderamente nos interesa, nos preocupa, nos divierte, nos enseña. Países como Portugal disponen de este derecho de antena.
En fin, es deseable que la tele no nos mire como aquel ojo que pintábamos en un triángulo en la escuela y que no sabíamos muy bien por qué, sino que nosotros veamos la tele cuando nos dé la gana, que por eso somos.


[1] Podéis disfrutar de un magnífico texto sobre la llegada de la televisión al bar del pueblo en la obra de Julio Llamazares Escenas de cine mudo.
[2] De esta afirmación relacionada con El arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega nos hablaba mucho en clase Martín Recuerda.
[3] Si os leéis el capítulo tercero de la segunda parte del Quijote, estaréis en posesión de importantes claves de la obra.

No tengas criada que es muy feo



Artículo de Extra aulas en el que se reflexiona sobre la trascendencia social del aparentemente inocente hecho de meter en casa a "alguien que te ayude"









NO TENGAS CRIADA, QUE ES MUY FEO

Respirar felizmente al entrar en casa, por la noche, tras un largo e intenso día de actividades, de encuentros, de imágenes, de bullicio, de estar en la calle, en los autobuses, en las aulas, en las bibliotecas, en los bares, es una sensación tan agradable como beber un vaso de agua cuando tenemos sed o abrigarse con una dulce bufanda cuando hace mucho frío. Cerrar la puerta y pensar, qué a gusto, qué bien, estoy en mi espacio, puedo vivir tranquila, hablar libremente por teléfono, cenar la sopa que yo misma preparo, sentarme, pensar, pensar en el futuro. Cuando se es joven se suele pensar en el futuro porque no hay mucho pasado. Pensar en el presente, que se escapa muy deprisa. Ya otra vez las vacaciones, y otro curso, otros alumnos, más enredos, más vida y otras vidas. Así deseaba yo vivir lo que solemos llamar “vivir mi vida”, de manera independiente, anónima, en mi casa, sola, sin empujones, a mi aire. Creo que la libertad es algo más filosófico, más profundo, pero yo me la representaba más o menos de esta forma.
Una vida con esta actitud tiende a resolver las cuestiones domésticas a través del esfuerzo propio: hay que barrer, limpiar, lavar, planchar, comprar, preparar las comidas, atender la economía, las reparaciones, etc. Cuando una se acostumbra a vivir así, no es difícil continuar ocupándose de tareas tan vitales y necesarias para conservar una buena salud y un equilibrio.
Pienso que ninguna mujer tiene por qué lavarle las bragas a otra, ni limpiar, ni ordenar sus cosas. No me gustaría ser criada. Rechazo la vieja afirmación de que “todos los hombres tendrían que ir a la mili y todas las mujeres a servir”, en el sentido de que la mayoría de quienes decían eso no querían que sus hijas fueran criadas, y si podían evitar que sus hijos cumplieran el servicio militar, no tenían ningún escrúpulo. La idea de solidaridad, en cambio, sí me parece defendible y deseable. Actualmente en España se ha conseguido eliminar el servicio militar obligatorio, aunque hay sectores progresistas que piensan que la defensa ha de estar directamente en manos del pueblo. Esta conquista social ha costado la cárcel a no pocos objetores de conciencia. Durante el franquismo, a pesar de ser la mili una obligación ineludible, muchos hijos de papá conseguían escaparse de tan ineludible deber. Las criadas, sin embargo, siguen existiendo, no como servicio militar obligatorio, sino como imperativo de la pobreza y la desigualdad. Lo que pasa es que ahora no son las españolas de 1910, las que iban a servir a Buenos Aires o a La Habana, ni las de 1940 que iban a servir a París o a Zurich. Ahora son las filipinas que van a servir a Arabia Saudita o las hispanas, incluso universitarias, que se ven obligadas a trabajar en nuestras propias casas, en casas de españolas cuyas abuelas fueron criadas. Y ¿para eso hemos ido a la universidad y hemos conseguido un trabajo y pertenecemos a un sindicato? ¿Para tener una criada filipina? Ya sé que la vida de la mujer trabajadora con cargas familiares es muy difícil y que dar trabajo a una persona que lo necesita es colaborar a su sustento, pero yo creo que el trabajo de criada es más alienante que emancipatorio. Desde luego a mí no me gustaría nada verme obligada a tener que servir para comer y malvivir. Además es un trabajo que casi siempre les corresponde realizarlo a las mujeres, a la parte de la sociedad más azotada por la pobreza y el analfabetismo.
Hay muchas palabras para designar a las criadas: “muchacha de servir”, “sirvienta”, “empleada de hogar”, “mucama”, no os podéis imaginar el efecto que me produce oír hablar de la mucama a una señoritinga centroeuropea que ha vivido en Argentina. Los términos “asistenta” y “chica”, parecen más suaves. Recuerdo que la hermana de una de mis amigas se matriculó en la carrera de “Asistente Social”, era de las primeras promociones. Otra de nuestras compañeras pensaba que eso era trabajar limpiando las casas y mi amiga se sintió muy ofendida. En el extremo más terrible se halla el sometimiento de la “sierva” y la completa alienación de la “esclava”, no precisamente de las “Siervas de San José”, ni de las “Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús”, de las que también habría mucho que decir en materia de educación. Me ha sorprendido leer el origen que María Moliner atribuye a “esclavo,-a”, dice: “del bizantino «sklavos», eslavo y esclavo –porque de los eslavos se sacaban esclavos-“. Esto viene a reforzar el carácter geográfico que corresponde a esta actividad tan poco deseable. En cada época la pobreza se concentra en un lugar, menos mal que va cambiando a lo largo de los siglos, pero la situación de la víctima siempre es la misma, ¿qué le importa a la [1]“ilustre fregona” su pasado linajudo, si con lo que se encuentra es con una casa por barrer? Es cierto que hay sitios de donde vienen las criadas, de lugares con graves problemas políticos: dictaduras, corrupción, subdesarrollo, pero no nos engañemos, la pobreza es un país y todos los pobres del mundo viven en el mismo país. Muchas veces vivimos en ese país sin darnos cuenta, porque tenemos una familia muy grande, o porque vivimos en contacto con la naturaleza, o porque nuestra religión es la verdadera y nos conforma, y sobre todo porque no hemos visto nada más y la ignorancia limita nuestras aspiraciones.
Sin embargo, siempre hay niñas que imaginan, que piensan más y quieren salir, piensan: “no puedo vivir aquí, no puedo vivir así, tengo que hacer mi vida”, éstas tienen ventaja porque quieren aprender y esa es condición necesaria para conseguirlo, a veces no es suficiente. Otras niñas habrá a las que la simple observación les baste para despertarles una conciencia de clase y se dirán: “yo soy pobre, mi familia es pobre, no tengo dinero, no tenemos dinero, esto no puede seguir así y yo tengo que hacer algo”. Este grupo está destinado a una lucha feroz, con inciertos resultados. En tercer lugar se nos presenta como una patada, el golpe más doloroso: “tengo hambre, tengo hambre por las mañanas, y por las noches, y muchas veces”, estas personas tienen que sobrevivir, pero esto no va a ser fácil para ellas.
Muchos libros han escrito los hombres, pero hay algunas escritoras capaces de expresar, con voz propia, aquello que nunca había sido dicho. Si hubiera leído las obras completas de Menéndez Pelayo, podría decir que es muchísimo más instructivo un libro de Maruja Torres. Mujer en guerra es una obra recomendable para todos los españoles nacidos después de 1968, porque en ella encontrarán cómo se han alcanzado las condiciones de vida y libertad que ellos disfrutan. No siempre ha habido ESO, ni ciclos formativos, ni tantos libros a nuestra disposición. Es verdad que las jóvenes generaciones, como todas las habidas y por haber, no nacen enseñadas. Es nuestra tarea, la de los profesores y escritoras revelarles lo que es auténtico y esencial. Maruja Torres, con su inteligencia sagaz y su fortaleza luchadora nos deleita y nos escribe lo que hay que saber.
Sí os puedo asegurar que a mí me emociona más la peixeira gallega, tal como está en la figura de Sargadelos que me regaló América, que el mismísimo Cristo de Velázquez, tan admirado por Unamuno, un escritor culto y fiero, pero bastante lejos de nosotras. Él escribió sus libros y nosotras tendremos que escribir los nuestros. Unamuno, tan berroqueñamente hard, según Fernando Savater, siempre está de cuerpo presente en sus obras. Me lo imagino como en una danza trágica y agónica intentando sobrepasar las estrellas, creo que bajo la inspiración de El sentimiento trágico de la vida se podría crear un ballet por todo lo alto.
Este tema de las criadas aparece bajo diversas formas desde antiguo en los textos que se han conservado. En la Biblia ya está muy presente, por ejemplo, Ismael es hijo de la esclava Agar y de Abraham. Sin ir tan lejos, en la literatura española de los siglos XIX y XX tenemos materiales más que suficientes para estudiar a fondo un tema que está en la base misma de la concepción de sociedad, trabajo, división del trabajo. Galdós nos ha dejado magistrales páginas que pueden ayudarnos a detestar un tipo de sociedad donde la servidumbre no es la peor salida para las niñas pobres. Recordad a la entrañable supergobernanta con capacidad para ministra, especialmente en los ministerios de la usura, Doña Lupe y su criada Papitos. Papitos, que se lleva buenas repasatas, también urde sus venganzas, como airear en el balcón el embuste de su ama. Leed Fortunata y Jacinta.
Si todas las personas nos preocupáramos lo más posible de aquello que necesitamos para vivir, ninguna chica tendría que estar sometida a las arbitrariedades de muchas señoras y muchos señores, que posiblemente sólo sepan mandar y a veces ni eso. No creo que nadie vaya a perder sus capacidades por hacer las cosas de la casa, antes bien al contrario, aprenderá a valorar el trabajo y a saber lo que cuesta. Ni Ortega habría perdido su brillantez, ni Juan Ramón su sensibilidad, ni Valle Inclán su genio, por fregar los cacharros, barrer la casa o poner un cocido.
Con muchas materias de la cultura entronca el tema de la servidumbre: la historia, la política, la religión, la educación, la filosofía e incluso la estética, porque tener criada es muy feo. Pero ¿por qué es feo tener criada? Tener criada es feo porque si tienes criada en algún momento, con alguien, vas a hablar de este tema, te lo aseguro, y por muy moderna que seas y muy al día que estés, vas a expresar tus experiencias: bien porque no encuentras chica, bien porque se te ha ido la que tenías. O incluso no podrás menos de referir los buenos postres que te prepara, o los estrapalucios que te hace. La comunicación entre las personas no es muy fácil y siempre tiene sus trampas, mucho más con una extraña que entra en un universo que no conoce. No te va a faltar ni un pelo para decir aquello de: “¡cómo está el servicio!” y no me digas que eso no es feo.
Lo realmente grave es el entramado ético al que te conduce el meter a una persona en tu casa. Esa persona no es una lavadora, ni un ordenador, esa persona tiene sus enfermedades, sus carencias, su familia, su historia y tú no vas a poder permanecer ajena a todo eso. Cómo si no tuvieras bastante con tus obligaciones, te echas encima una responsabilidad humanitaria y hasta la posibilidad de convertirte en un demonio.
Reflexionar algo sobre un tema tan espinoso puede ayudarnos a comprender mejor, pero es muy fácil pillarse los dedos. Perfectamente comprendo que no siempre se es joven ni se tienen tantos ánimos. Sería el momento de plantear cómo pensamos resolver individual y socialmente los problemas domésticos que acarrean las cargas familiares, y la vejez siempre pendiente.
[1] Ya sabemos que La ilustre fregona es el título de una de las 12 Novelas ejemplares de Cervantes. Pero yo desde esta nota a pie de página, aunque me gustaría hacerlo de mejor manera, lo que quiero es agradecer a Manuel Jalón, que lo tengo aquí, grapado en la pared, delante de mi ordenador, mi madre pregunta: pero ¿quién es ese hombre? Y yo le contesto: - ese hombre es Manuel Jalón, el inventor de la fregona. En Egipto no se han enterado de tal invento. La fregona de Manuel Jalón es más que ilustre, es liberadora. No creáis, que a alguna de esas que se creen muy señoras les he oído decir “la fregona, la guarrona”.

SI VOLS SER BEN SERVIT FES-TE TU MATEIX EL LLIT