lunes, 27 de noviembre de 2006

La máquina de coser


contra el consumo mimético y desenfrenado




LA MÁQUINA DE COSER

Muchos pies esclavos mueven las máquinas de coser. Muchas manos sólo escriben un único verso interminable de hilo y de cansancio, leído de antemano por otros y otros ojos, viejos ojos, agotados ojos de mujeres que acabaron picándose los ojos desde el amanecer. Así veo el destino de tantas mujeres que cosen y cosen para coser y para seguir cosiendo, en máquinas que piden campos de algodón que también a seres humanos esclavizan.
Todas esas prendas que de Oriente vienen dejan tras sí personas encadenadas a máquinas, condenadas a dar vueltas a la máquina de la sinrazón, en cadenas humanas donde es la máquina la que tiene a la persona y no al revés. Se trata de un antiguo problema , la explotación de un ser humano por otro ser humano. En el cuarto curso de mis estudios de Filosofía por la UNED, tuve la oportunidad de leer algunos capítulos de El Capital de Marx. Allí tropecé con una modista que trabaja hasta morir por terminarle los vestidos a señoritingas enloquecidas por el vicio de los trapos. Un día os ofreceré ese texto de Marx, queridos lectores. También recuerdo que mi profesora de francés nos hizo un dictado sobre la explotación de las muchachas bordadoras de Alençon, creo.
Cuando había costureras que no trabajaban en cadena, la cadena eran ellas mismas y encadenadas permanecían como condenados a galeras. La simple necesidad de vestirnos y de arroparnos, principalmente en invierno, puede acarrear desvelos y preocupaciones al género humano, pero esto no es lo grave. Hay momentos en los que el vano afán de la apariencia provoca en nuestras vidas grandes trastornos, como Galdós nos cuenta en La de Bringas. En Salamanca, me disgustaba oír decir: “la tripa no tiene cristales”, para estimar el vestido, que se ve, sobre los alimentos, porque nadie ve lo que hemos comido, solamente “la boca bien lo sabe y el cu cuando lo ca”.Tan repugnante como el hidalgo de Lazarillo de Tormes.
Tener que renovar nuestro vestuario periódicamente, rechazar prendas buenas porque el color no está de moda, dar a los demás aquello que no queremos para nosotros, son actitudes perniciosas que reflejan una decadencia social. Así se produce un hábito del derroche y una especulación incomprensible, que llega a que una prenda se devalúe un 40 o incluso un 50% de un día para otro, sólo porque hay que cambiar la colección. Así ya no sólo son esclavos los que cosen, sino también los que compran, los que venden, los que transportan. Todos trabajando a lo loco con un afán destructivo que nos roba la vida.
Considero del máximo interés la reflexión sobre nuestra manera de vestir y todo lo que conlleva, que son cuestiones relacionadas con la salud, la economía, la estética, las relaciones sociales. Por eso, desde la educación infantil, en la primaria, la secundaria y siempre, este tema del vestido ha de movernos a opinar y a ir aprendiendo o desaprendiendo, que también es importante.
Y aquella máquina de coser que había antes en muchas casas españolas nos va a ir ayudando en esta meditación. Las personas que hemos vivido los últimos cuarenta años del siglo XX y los albores del siglo XXI hemos visto muchos cambios relativos al vestido y a todo lo que lo rodea, sobre ellos vamos a intentar reflexionar. El más significativo de los cambios que se produjeron en este terreno fue la industrialización. Se pasó a comprar la ropa hecha, confeccionada y se abandonaron viejas costumbres como éstas: comprar telas, ir a la modista, probarse el vestido, estrenarlo en fecha señalada. Aunque parezca mentira hasta en cuestiones urbanas se refleja este cambio. Al desaparecer aquellas grandes tiendas de telas, esos locales han sido destinados a otros usos, bancos, cafeterías, electrónicos. Paralelamente fueron desapareciendo las profesiones de sastre y modista, hasta llegar casi a la extinción. Ahora en vez de aprender corte y confección se estudia diseño: ¿diseñas o trabajas? No olvidemos lo popular de aquellas figuras que desde hace siglos aparecen en nuestro folklore: las modistillas del Madrid castizo, y qué decir del sastre del Campillo, que, según cuentan, cosía de balde y ponía el hilo. Con la desaparición de sastres y modistas ha sucedido que en vez de hacer la ropa a la medida del cuerpo, hay que hacer el cuerpo a la medida de la ropa. A la gran influencia que ejerce la publicidad en la gente, se le achaca parte de la culpa de la extensión de enfermedades tan horribles como la anorexia, de la que os comunico que ya se me ha muerto alguna alumna. Muchas personas se ven obligadas a adelgazar para ponerse una determinada prenda que les gusta, pero que no se fabrica para todas las tallas. Con la industrialización se dispara la oferta y hay que activar el consumo para poder seguir dando de comer a las máquinas. Así la cantidad y la variedad sustituyen a la calidad. El comprar ropa industrializada es mucho más fácil que el largo proceso usado anteriormente. Solamente será necesario ver un anuncio, pedir una talla y pagar, pero este acto ha de repetirse hasta la saciedad. Ya no se compra la ropa que se necesita, mejor dicho, lo que se necesita ahora es comprar. Comprar por comprar. Necesitamos comprar para mantener el sistema. Necesitamos comprar para que no nos salgan telarañas en el ropero, como dicen las puestas. Necesitamos comprar para entretenernos. De esta manera nuestra vida puede reducirse a ser un dígito de una diabólica calculadora absurda y banal, que incita a ir enseñando el ombliguito en invierno y a ponerse unas botas de cosaco en verano. Lo de estrenar ropa en fechas señaladas ha pasado a la historia, había dichos referentes a esta costumbre: “ el que no estrena el domingo de ramos, no tiene ni pies ni manos”. Antes había que remudarse los domingos. Ahora como nos remudamos todos los días, el fin de semana es el único tiempo que tenemos para librarnos de la esclavitud de los arreglamientos.
Los tiempos en que la máquina de coser era una codiciada pieza con la que se resolvían las necesidades domésticas en cuestión de costura están muertos y enterrados. Entonces, la máquina de coser también era considerada como un instrumento de trabajo con el que aumentar el presupuesto familiar si se conseguían algunos trabajos extras. Hermanas hubo que se pelearon por la herencia de una máquina de coser, que con el paso de los años han arrinconado vilmente sin saber qué hacer con ella. Otras le han cambiado el mueble para que no parezca una máquina de coser. Hay quien ha aprovechado las patas para hacer una mesa decorativa. No faltan algunas máquinas antiguas, sobre todo las manuales, las que no tenían pedal, que figuran como verdaderas joyas en lugares privilegiados.
La máquina de coser es un aparato muy ingenioso. Según aprendí en una lecturita de esas que vienen en los métodos de inglés, parece ser que el inventor resolvió el problema de unir el hilo de abajo con el hilo de arriba con una idea que le vino en sueños, como si un ángel se la hubiera inspirado. Con la llegada de las máquinas eléctricas aparecieron verdaderos robots capaces de bordar varias labores automáticamente, rematar costuras y hasta coser botones. Aquellas personas que en su casa dispongan de una máquina de coser atesoran un montón de posibilidades con las que disfrutar, aprender, compartir e incluso solucionar problemas de costura que nunca faltan, ¿quién no ha tenido que cortarles las patas a unos pantalones? Pues, la mayoría de las veces, es mucho más cómodo poner la máquina y hacerlo en un momento que tener que esperar a que sea la tienda quien se encargue de tan elemental operación. También hay ocasiones en las que nos gustaría modificar ligeramente una prenda o poner una cremallera, por ejemplo. También sin saber nada, podemos ponernos a hacer unos visillos, unas almohadas, unas fundas, un mandil, un mantel o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Ya sé que ahora no tenemos tiempo para nada, pero el tiempo siempre se tiene para lo que se quiere tener. Yo os digo que la experiencia de ponerse a realizar algo con un trozo de tela y poner en funcionamiento la máquina de coser es gratificante, el ver el fruto de tu trabajo y el haber sido capaz de resolver las diferentes fases del proceso, cálculo, medidas, corte, preparación. La costura es un ejercicio placentero que se ha celebrado en esa frase de “coser y cantar”, que puede ser “coser y pensar”. Pocos son los momentos que nos ofrece el mundo actual para la reflexión, pero qué bien se hilvanan las ideas con la compañía de una vainica o el punto de marca, mucha gente se entretiene con el “petit point”, con el ganchillo o con el punto de media, que nada tiene que ver con aquello de coger los puntos a las medias. No sé cuánto tiempo hará que desaparecieron aquellas máquinas y aquella actividad de coger los puntos a las medias, en el rincón de una mercería, o también en una habitación de una casa de planta baja, las clientas entregaban y recibían por la ventana las prendas de la escasez y la miseria. Yo todavía he conocido las agujas manuales de coger los puntos a las medias, tenían capucha, como la de una pluma y la punta disponía de un ganchito fijo y otro móvil. Pero, volvamos a la máquina de coser y a las costuras. Ahora podemos disfrutar sin aquellas condenas de las que hablábamos al principio. Ahora nos podemos permitir el lujo de inventar, de incorporar la costura a la actividad artística de una manera libre, componer nuestros cuadros, nuestras figuras.
Ya os hablaré en "El autobús" de Fortunata y Jacinta, pues también hay un pasaje en esta maravillosa novela, donde, la supergobernadora y más que ministra, Doña Lupe, siente momentos de plenitud intelectual con su cesto de costura, su sillita y su balcón, ahí os está esperando a que la leáis.
A mí, la máquina de coser me ha acompañado durante toda mi vida. Cuando era pequeña, por fuera, era un mueble simpático, con sus cajones chiquitos de los lados y su cajón central giratorio. Lo que más me gustaba era el pedal, al que sí me podía acercar y jugar para ver si era capaz de darle sin que se me fuera para atrás. Pero la máquina desplegada, con aguja e hilo era otro cantar, ahí no me dejaban manipular para nada. Por eso cuando yo sola me he enfrentado al aparato no me ha resultado tan sencillo como pensaba. ¡Qué diferencia hay del ver al hacer, del dicho al hecho, del pensamiento a la acción, es decir, de las musas al teatro! Igual que con las costuras también me está pasando lo mismo con la escritura que tienes entre las manos, querido lector. Yo quería ser escritora, pero me voy dando cuenta de la magnitud de la empresa y de lo difícil que resulta establecer un plan y llevarlo a cabo. Ahora valoro más el esfuerzo de los escritores y también empiezo a leer de otra manera, y a poner atención en aspectos que antes me pasaban bastante desapercibidos. Ahora busco mucho al autor e intento imaginármelo y hacerme preguntas sobre él. Antes me fijaba en el texto, en todos los elementos del texto y sólo en todos los elementos del texto. Quería deciros que mi experiencia con la máquina de coser, antes de venir a Egipto, había sido superficial. Al venir aquí tuve que hacer frente al traslado de hogar. Mi hogar necesitaba, camilla y brasero, a estos dos pobres también les tendría que aplicar una curiosa meditación raciovitalista. Claro, me traje la cama, que es lo que más me gusta, aunque desde que oí aquel chiste que dice que es uno de los lugares más peligrosos porque es donde más gente se muere, ya soy menos perezosa. El chiste que pone Cervantes en El Quijote, sobre la cama, al que ya he aludido en su lugar, aquel que dice “no la hagas y no la temas” también me hace mucha gracia. Os recuerdo que en el 2005 se cumplió el cuarto centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote y en el 2015 de la segunda. ¡Ya me gustaría a mí ser capaz de meditar como Ortega en las Meditaciones del Quijote! Imaginaos a Ortega con una máquina de coser, una lavadora y un lavaplatos en Egipto. Otras cositas habría usted escrito, Don José. En París, Ortega hablaba sólo y solo con las estatuas, aquí habría sido diferente. En otras circunstancias no sería yo quien le hiciera ascos a Lutecia. Pues, como os decía, tomé la decisión de cargar con la máquina de coser, aquí está, victoriosa, en El Cairo, y aquí, su cuerpo y su alma me han proporcionado la distancia que permite ver y comprender. Por eso ahora os escribo y antes no lo había hecho.
Quien haya venido a El Cairo y no haya visitado la zona del Átaba, se ha perdido la visión de un comercio organizado por gremios, como en nuestras viejas ciudades. Calles de silleros, de cacharreros, de cristaleros. Y lo nunca visto, una calle entera llena de máquinas de coser, viejas, nuevas, de todas clases. Aquí es un mercado vivo. Y luego, calles y calles de telas, telas, telas. Telas para “jaramantos”, telas para ver, telas para tocar, telas para descansar y hasta para morir. Yo ya he comprado en Átaba, ya he regateado, he escabechado y me siento feliz con mi máquina de coser, que me hace compañía y me dice que siga escribiendo.
Si la soledad y el descanso que les ha correspondido disfrutar últimamente a nuestras máquinas de coser, familiares y caseras, no son eternos, lo que sí es eterno es el deseo humano de crearnos imágenes por medio de los trapos. Muchas veces he oído aquello de “viste un palito y verás qué bonito”, “dame vestido y te daré bellido”, “según te ven te tratan”. Algunos rasgos de nuestra personalidad pueden revelarse mediante el vestido. Y hasta el poder se ha valido de este medio, como vemos con los militares y los curas. Bien es verdad que en las sociedades democráticas también se democratiza la manera de vestir y signos de distinción como el sombrero o la corbata van cayendo en desuso. No por eso estamos a salvo del acechante engaño y caemos en las trampas de las marcas, la imitación de las que salen en las revistas del corazón, el lujo de las tiendas. Una de mis amigas que trabajó muchos años en una fábrica de ropa me decía que la misma prenda, hecha con la misma tela, por los mismos especialistas, salía marcada con precios diferentes dependiendo de la categoría de la tienda donde se fuera a vender. También Antonio Machado nos decía que todo necio confunde valor y precio. Ya se sabe que “la moda la inventan los listos para que la sigan los tontos”, eso era lo que les enseñaba el tío de mi suegro, que era maestro, a sus alumnos en los años de la posguerra, él no podía imaginar, en una España rural, que la moda constituiría una industria de la que viven muchas familias y a la que los gobiernos apoyan como si fuera el pan nuestro de cada día.
En la moda se expresa el arte y la moda nos hace disrfrutar, vivir buenos momentos. Somos nosotros los que tenemos que dictar la moda, sentirnos protagonistas de nuestra manera de aparecer ante los demás. Una prenda nos puede ofrecer momentos de verdadera alegría, puede darnos la oportunidad de renovarnos, de sentirnos mejor, de cambiar y también de resultar atractivos a todos los que nos rodean. Si somos personas sensibles no nos pasará desapercibido un buen corte, ni unas telas que tengan las cualidades de las buenas amigas, aunque su apariencia sea variada y hasta sorprendente. Por supuesto, apreciaremos como se merece una confección esmerada, bien rematada, lo bien hecho, lo mejor acabado, lo perfecto, hasta lo pluscuamperfecto puede salir de las manos de una buena modista. Por eso os digo que nunca desprestigiéis lo hecho a mano, por el hecho de serlo, que nuestras manos son lo más humano que tenemos, sin ellas nuestro pensamiento sería ignorante. Las filosofías libertarias pretenden aniquilar la división cabeza, manos para clasificar a los trabajadores.
La presencia de la máquina de coser, aquí en Egipto, me hace sentir como en mi propia casa, como si no estuviera a miles de kilómetros, ella me proporciona cantidad de tareas creativas que me ayudan a vivir mejor. Ahora que ya se me han muerto mis abuelas, recuerdo sus manos, siento sus palabras y mi vida está entretejida con todo cuanto ellas me enseñaron. Una amaba los animalitos y disfrutaba con las flores y los cultivos del huerto, decía que le pesaba más la aguja que la zacha porque no sabía coser. La otra se vino de Cuba con una máquina de coser, comprada de segunda mano, desarmada, en un baúl. Cuando llegó a su destino la máquina fue vuelta a armar por mi tía Andrea, que casi 100 años ha vivido. Esa máquina sigue allí, viviendo, sobreviviendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Antonio y Marisol van a leer todos tus escritos, también los van a leer Kike y Eva de mi tía Mila.
¡difundir tu blog, AVANTI A LA TUL!
santius

Clédson Miranda dijo...

Sou filho de costureira e sei bem o valor destas coisas... minha mãe, hoje quase octogenária, ainda costura e a máquina é ainda a velha Singer, que, outrora, era movida a pedal e, hoje, a motor. Mas a minha infância ainda continua viva: toda vez que ouço o barulho da agulha a perfurar o tecido e coser a trama de nossa sobrevivência.