sábado, 25 de noviembre de 2006

Cómase un cagao


Artículo motivado por esta expresión que unos alumnos le dijeron a su profesora




CÓMASE UN CAGAO

El poder de las palabras es tal, que al oírlas, nuestras reacciones pueden llegar a ser físicas, de la misma manera que si hubiéramos tomado un veneno o un calmante. Así, en el lenguaje popular oímos: “se puso como un tomate”, “es que me pone del hígado”, efectos, todos ellos, producidos muchas veces al escuchar ciertas expresiones. Recordemos aquello de: [1]“las palabras pueden acabar con todo, incluso con el amor”. O aquello otro de [2] “tal vez ni él ni yo éramos otra cosa que un montón de palabras.” Y, ¿por qué habríamos de olvidar: “tal palabra me dices, tal corazón me pones.”
La presencia de las palabras en nuestras vidas comienza antes de nuestro nacimiento, las palabras nos vienen de lejos, nos las han traído los mitos y la poesía. Como aquella de Rafael Alberti, que dice más o menos:
Cuando la luz no conocía todavía
si el mar nacería niño o niña
A nuestros padres y padrinos se les presentaba la gran cuestión de asignarnos un nombre. Es el problema de la identidad uno de los de más honda raíz filosófica. Si alguien nos pregunta quiénes somos, contestamos con nuestro nombre y nuestros apellidos. Si nos preguntaran qué somos, también tendríamos que responder con palabras: somos mujeres, somos españolas, somos profesoras, somos personas.
En todas las lenguas hay expresiones tabú relacionadas con el sexo, la religión, la muerte. Todos podemos comprobar las consecuencias de emplear términos como: ¡puta! ¡cabrón! ¡me cago en Dios! Todos ellos cargados sociológicamente. En muchas ocasiones deslexicalizados. Expresiones como “¡qué cabrón!” Pueden convertirse en un cumplido. No ocurre de esa manera con “¡puta!” O “¡hijo de la gran puta!” Si cambiamos de género estos términos observamos que “cabrona” sí ha heredado ciertas connotaciones del masculino; en cambio “puto” no ha gozado de gran difusión. De manera patente se nos revela lo masculino como transmisor de valor mientras que lo femenino no.
«¡Cómase un cagao!» es una expresión muy fuerte, es un golpe emocional, os lo aseguro, sobre todo cuando la oyes por primera vez, y más si te la dicen tus queridos alumnos entre risas y alborotos, en el aula, a la hora de tutoría, que puede ser un viernes de dos a tres de la tarde, un mes de abril, en Madrid, pongo por caso. Lo primero que se te ocurre pensar es: “¡pero estos cabrones!” El desenlace puede adoptar formas múltiples, dependiendo de la personalidad de la mártir. Quizá la fina ironía, incluso el buen humor, no serían las peores maneras, pero ¡a ver como te las arreglas con la comunidad escolar! Y encima más te valiera callarte la boca, si no quieres oír: “pero, tú, ¿les consientes esas cosas?” Claro, yo no sé con qué talante las personas que dicen eso toleran, admiten o prohíben que su madre se muera de cáncer, que su hijo sea maricón o que su pareja les salga rana.
«¡Cómase un cagao!» llama mucho la atención. ¿A que es uno de los primeros ensayos que has querido leer de este libro? Y en este sentido está claro que cuando lo oyes sientes una motivación especial, motivación que no se agota en el salir del paso de la superimportante hora de tutoría, sino que te lleva meses y meses hasta que lo “vas cagando”, permítaseme la expresión.
«¡Cómase un cagao!» te remueve hasta la conciencia, empiezas a darle vueltas a la cabeza y recuerdas la palabra coprofagia, leída en no sé qué libro como un extraño trastorno, después recuerdas algo oído sobre Nietzsche, genial filósofo, osado como nadie, relacionado con este tema. Sin embargo, yo creo que mis alumnos ni son Nietzsches, ni están locos, ni padecen extraños trastornos, son normales y corrientes como muchos chicos y chicas de la ESO. Entonces ¿qué pasa? ¿qué está pasando? Se trata de situaciones nuevas que exigen nuevos comportamientos y nuevos conocimientos que no hemos leído en ningún libro sino que nos los tenemos que ir inventando. Tenemos que ir construyendo nuestro modelo de escuela, de educación, de sociedad.
Os cuento estas cosas a los que nunca habéis sido profesores de instituto para que comprendáis lo duro que es educar a chicos y chicas de 15 años. Y os lo cuento a los que sois profesores y profesoras para que tomemos distancia, y así poder analizar mejor la situación con el fin de pensar e inventar nuevas maneras.
Volviendo al [3]título de este ensayo, os diré que en cuanto tuve ocasión le conté a mi madre lo que me había pasado, mantuvimos esta conversación:
- Pero, ¡qué sinvergüenzas! hija.
- ¡Fíjate!
- Y yo que estaba tan contenta porque eras profesora del instituto.
- Pues ya ves lo que tenemos.
Mi abuela, que estaba presente, intervino:
- Tú, hija, enséñales bien.
- Sí, abuela, usted habla bien, pero no es como usted se cree.
Mi madre me dijo que ella había oído por la radio algún programa sobre la coprofagia y que si yo no había leído los anuncios de los periódicos, donde ofrecen prácticas de ese cariz. También, echándose a reír, me dijo que como no tengo televisión, seguramente no habría visto Sodoma y Gomorra de Pasolini. En efecto, mi cultura mediática parece que deja algo que desear. La verdad es que yo no pensaba que era algo que estaba tanto en el ambiente. Después les conté que en ese grupo de alumnos, uno había dicho, cierto día: “tengo ganas de mear a alguien”, y yo estaba convencida de que era capaz de hacerlo. Mi madre volvió a reír y recordó que hacía muchísimos años, un día, se presentó su tío en casa y les confesó que su hija menor se había pegado con un niño en la escuela, que lo redujo y después le meó encima. Bueno, al final, resulta que casi todo es tan antiguo como el mundo y tenemos que investigar por todas partes para comprender e ir tratando de encontrar soluciones.
El susodicho imperativo de cortesía que ”me” profirieron mis alumnos fue un acto locutivo del tipo “beba coca-cola” aunque más cercano a aquella ingeniosidad de El Jarama: “coca-coña”. La mayoría de los niños y jóvenes, en algunas épocas de su vida, presentan cierta tendencia a decir obscenidades, aunque no lleguen a un alto grado de coprolalia.
El análisis de la expresioncita ha de hacernos reconocer aquello que de positivo ha resultado. Es innegable que mis inquietudes de escritora han sido impulsadas por aquellos salvajitos. Ellos me escribieron el ensayo y a ellos he de agradecérselo. Ellos me han dado motivo de reflexión y he podido comprender aquello de que los profesores lo son antes por saber aprender que por saber enseñar.
En el proceso de enseñanza aprendizaje, el hecho de que los alumnos son de carne y hueso, con lengüita y todo, es algo que se nos sobreimpone hasta el punto de poder decir que el destinatario es el mensaje. Si volvemos a las ideas de mi abuela, ella pensaría que una profesora era una señorita muy requetefina, que explicaba muy bien la lección y que sus discípulos estaban encantados. Pues no, una profesora es una señora, que además de pegarse buenos madrugones y cargar constantemente con cinco kilos de libros y papeles, ha de hacer frente a un sinfín de situaciones nuevas todos los días, ha de comunicarse con madres madres, con madres ciegas, con madres coraje y hasta con madres madrastras, con padres implicados en el porvenir de sus hijos; con compañeros camaradas que no paran de inventar agotadoras actividades, con compañeras superlistas que saben todo para no hacer nada, con carotas de turno que se creen que todo el monte es orégano, con almas cansadas de vivir y patalear, con personas que no saben cómo hacer y con otras que saben demasiado. También con la pescadera, con la fotocopiadora, con el ordenador y hasta con los pucheros. La profesora ha de vérselas con el nuevo Real Decreto, con todos los papeleos, con la lavadora y el curso del ministerio, con la lectura, el teléfono y ¡ay! mañana clase de lengua en tercero.
Hay algunos momentos en los que nos acecha este pensamiento: ¡qué bien daríamos nuestras clases sin alumnos, sin alumnos lengüilargos y pendencieros! Como cuando queríamos ser profesoras y en la cocina enseñábamos, a solas, el sistema pronominal y el dativo ético. Pero la ESO no es una misa, ni un rosario de sonetos, es un intentar cada día la mejor manera de acercarse al saber y vivir en una escuela democrática y feliz, en un lugar al que se va a aprender cosas nuevas todos los días. ¡Cómo se nos impone este destinatario del proceso de enseñanza aprendizaje a los profesores del siglo XXI! Muchas veces me acuerdo de esos opositores que solicitan amablemente a sus compañeros que no entren en el aula cuando les toca examinarse porque se ponen muy nerviosos, deseo que casi siempre se ve cumplido por la buena disposición de todos los presentes, quienes, en no pocas ocasiones, entran en cotilleos y dicen: “¡pues cuando tenga que dar clase también les dirá a sus alumnos que se salgan de clase porque se pone muy nervioso!”
Es de agradecer su fresco lenguaje a aquellos deslenguados, porque dónde iba yo a encontrar lengua más viva y trompetera que en el aula, si lo que a ellos les oía no lo había leído en ningún libro y además ello me proporciona materiales de análisis.
Pero, claro, esto no es toreo de salón, hay que estar en el ruedo, que desde la barrera casi no se oye y además como decía mi profesor, el toro siempre tiene cinco años y el torero cada vez más viejo. Por eso os digo que seáis conscientes del gran desgaste físico que supone el trabajo de profesora. Hay que poner mucha energía física y mental en el empeño. Los alumnos te exprimen y te agotan como a una naranja, todos los días quieren ver las fallas de Valencia y ellos se encargan de petardear y traer la lengua viva de la calle para que te aproveche. En más de una sesión de evaluación, a las que acuden los responsables de grupo, les he pedido que transmitan a sus compañeros la idea de que un profesor o una profesora son bienes públicos muy valiosos que tienen que conservar de manera responsable para que los alumnos futuros los encuentren en buena disposición y no sean unos profesores quemados y agotados.
No ha sido poco importante en mi vida la patada que mis alumnos me brindaron con las tres palabritas susodichas. Ese empujón me impulsó a valorar mis fuerzas y a ver el futuro de manera diferente. Así vislumbré que el mundo no se acababa en Carabanchel, donde yo había estado durante años dando vueltas a una noria y muriéndome de sed al lado de la fuente. Así empecé a pensar de otra manera y vine a parar a Egipto, desde donde he escrito algunos de estos ensayos con la esperanza de que no sean los últimos. Ya sé que tendré que volver a vosotros, mis queridos alumnos, que sois los que me enseñáis la lengua que quema y no se consume.
Y ¿qué efecto no produciría cuc en mis jefes y superiores? Sin duda esta es la máxima lección que me brindaron aquellos deslenguados, a ellos les debo el haberme proporcionado recurso tan impresionístico, ahí guardadito para cuando llegara la ocasión. ¿Qué efectos tendría yo ocasión de observar en jefas y jefes si se me ocurriera largarles el cuc? Creo que mi cobardía me impedirá tirarle de la cola al león a ver qué pasa. En cualquier caso, el poseer tesoros da la ilusión de tranquilidad porque sabes que en cualquier momento puedes tirar de ellos o al menos sacarlos a relucir.
Queridos lectores, como veis la lengua nos acecha, y es mejor no dejarla escapar por si acaso no vuelve.
Desde aquí, desde estas palabras, invito a todos los estudiantes del mundo a que hablen a sus profesoras con la sinceridad y el ingenio que puedan provocar ricas y sustanciosas obras en el campo de la lengua y en todos los demás. ¡Cómo me hubiera gustado aprender de mis alumnos nuevas tendencias musicales, cinematográficas, artísticas! ¡Qué pena, que no fuera yo capaz de provocar en ellos expresiones de más elevado alcance! Pero, yo sé que en cualquier momento me sorprenderán, y me los encontraré en puestos de trabajo que ellos estarán desempeñando como ciudadanos ejemplares: en la radio, en los talleres, en las universidades, en el autobús, en los bomberos...Y también sé que ellos, en algún momento o en otro, recordarán nuestros debates sobre “la fuerza de la razón y la razón de la fuerza”; sobre “el sueño de la razón produce monstruos” y sobre el “sapere aude” y sobre “la muerte de la naturaleza”, como yo lo estoy recordando ahora.

[1]Esta cita recuerdo haberla leído en HIERRO,S.; Y PESCADOR, J. Principios de filosofía del lenguaje. Madrid, Alianza, 1982-1983. Os diré el autor en otro momento.
[2] RIERA, Carme Cuestión de amor propio, Barcelona , Tusquets, 1988, p.49. Copio esta cita de la presentación que José Antonio Pascual escribe para la obra de HAENSCH, Günther Los diccionarios del español en los umbrales del siglo XXI, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, p.11.
[3] A partir de ahora me referiré a él como cuc.

1 comentario:

Clédson Miranda dijo...

Pensei que essas coisas somente existissem num país subdesenvolvido como o Brasil. Percebo que violência e mediocridade é o bem mais bem destribuído do mundo... elas cabem em todo lugar.

Também fui professor de escola pública e privada de Ensino Fundamental (vuestro curso elemental) e já ouvi várias coisas destas. Isto quando não fui agredido fisicamente... já levei um soco na face de uma aluno da 5 série!

Foram coisas como essas que me fizeram deixar o Ensino Fundamental e migrar para o Superior... se bem que lá a violência é de outra natureza!

Força em sua árdua jornada de educar!

Abraços ternos,
Clédson